sábado, 16 de febrero de 2013

Por las dehesas salmantinas

Este relato, una vez más deslavazado e incompleto, surge tras apenas dos días de trabajo intenso en plenas dehesas salmantinas, junto al Campo Charro, acompañado por David Lorca y Julio Verdejo, discípulos y compañeros.

La dehesa salmantina da para mucho andar, mucho ver y mucho disfrutar. Da para respirar profundo, para limpiar la mirada, para purificar la sangre, para alabar al Creador y, cuando se terminan esos dos días de recorridos entre encinares y arroyos, y se monta uno a las grupa del 4x4 de David, para retornar a los cuarteles de invierno, los recuerdos se van rumiando, se van digiriendo, se van sedimentando, se van amando...


Y el corazón vuelve henchido por haber podido disfrutar de uno de los ecosistemas más singular y mejor conservado de la Península Ibérica, que se extiende por más de 350.000 hectáreas de terrenos de dehesas, en tierras salmantinas, dando cobijo a más de 275.000 unidades ganaderas, a las que de una u otra manera están ligadas muchas familias de estos entornos, que cuidan con primor de estas tierras, y se responsabilizan de su conservación.

La visita, en pleno invierno, no encuentra el mejor escenario, que llegará allá por abril o por mayo, cuando con la primavera se despierte la vegetación, se afane la fauna por traer descendencia, y se abran las menudas flores del campo para ofrecernos mil olores y mil colores.

Ahora, eso si, los arroyos y regatos están exuberantes; las charcas y los lavajos repletos de agua de las pasadas lluvias; los encinares y los alcornocales esperando dormidos; el viento en calma y la luminosidad plena; los cielos azules y los suelos acolchados de hojarasca ocre; las aguas cantarinas y la soledad casi plena... ¡Qué obra tan maravillosa!, ¡que escenarios tan recoletos!, ¡que descansos al cansancio!,...

Gozada es contemplar a los terneros y a las vacas y a los caballos, con un campo todo suyo; pero también a esos cerdos ibéricos de bellota, buscando su alimento en un continuo andar, fuera de establos y corrales, para criar sabrosos jamones y paletillas y lomos...

Por donde anduve estos dos días no eran dehesas de toros bravos, ni de ganado ovino, si bien hay que atravesar cercas y cercas, que compartimentan la propiedad; portelas que cortan caminos y hay que abrir; alambradas que hay que saltar o pasar reptando,... y todo esto, que podrían parecer obstáculos no nos corta el paso, porque  se cuenta en general con una muy buena vecindad, cuidada con esmero por todo este mayoritariamente joven personal, que trabaja intensamente, finalizando los últimos toques de este proyecto minero, que muy pronto es de esperar se pondrá en marcha, con una planificación muy estudiada y prevista y cuidada en mil detalles.


Relaciones humanas las que se palpan y las que se viven, que son fundamentales, y que están consolidadas en el respeto y en la convivencia, pero también en la total observancia de las leyes, por todos los actores, y en la consideración de que la cooperación sólo beneficios puede traer, a estos entornos en los que la juventud no encuentra lugar de trabajo, acorde con las necesidades actuales, y una ilusión se ofrece ahora, al cobijo de este quehacer minero.


Pero permitirme insistir en lo maravilloso que es dejar volar la imaginación, cuando te abres paso entre melojos y quejidos, pero también cuando te encuentras frente a algún fornido alcornoque, con su gruesa corteza de corcho, y especialmente al discurrir junto a robledales y encinas centenarias (que algunas ya eran árboles allá por la Edad Media). Sus troncos retorcidos, con geometrías tan extrañas; sus líquenes que recubren sus ramas, y parecen llorar sus lágrimas; sus hojas haciendo alfombra en los suelos y dando cobijo a una microfauna que, minuto a minuto, cubre sus cometidos; sus raíces dando alimento a los jabalíes y preservando de la erosión...


Allá abajo, en los arroyos y los regatos, donde todo se conserva en su estado más pristino y original, son las fresnedas las que se hacen centenarias, las que hoy sin hojas aguardan a la primavera. Aquellos fresnos que un día sirvieron para construir los arcos de tantos Robin Hood de los bosques, y los mangos de tantas herramientas pero que, más recientemente, se utilizan, por su gran fuerza y resistencia, para los bates de béisbol y de críquet.



Aquellos fresnos que, en la mitología nórdica, sirvieron para crear al primer hombre: Ask; fresnos que, en Inglaterra valdrían para curar el raquitismo o quitar las verrugas; fresnos que, en Sussex, se conocían como "hacedores de viudas", porque sus grandes ramas, con frecuencia caen sin advertencia. Fresnos de cuyas hojas los pastores hacen infusiones laxantes y diuréticas, o las mezclan con otras plantas para hacer una tisana antirreumática. Fresnos de los que ha salido el armazón de muchas máquinas, y con los que se han construido muchas escaleras, o que han servido para fabricar ruedas y carrocerías... ¡cuánta sabiduría popular que se va perdiendo!


Y lo que no me cabe duda es de que los griegos, que en eso de la mitología eran más listos que el hambre, supieron que las melíades eran las ninfas nacidas del fresno, mientras que las driades eran las ninfas nacidas del roble. Yo creo haberlas visto aquí, escondiéndose donde la vegetación se hace más impenetrable, pero, al acercarme en ellas se han esfumado o se han recreado de nuevo en fresnos y en robles... se que me estaban mirando, que mil ojos contemplaban lo que hacía, pero no eran visibles; tendré que volver a la luz del plenilunio, al arrullo del agua, al amor de fogatas y candiles, para soñar despierto, mientras que las brujas barren con las escobas los senderos, para atraer a intrépidos soñadores hacia sus aquelarres y sortilegios.

Y bajemos de nuevo, una y otra vez allá, al frescor del agua de riberas y regatos, a sus fresnedales, hoy desnudos de hoja (esperando el renacer de la primavera), abriéndonos paso difícilmente por los setos de zarzas enredadas, que te atrapan la ropa; saltando sobre troncos podridos y resbaladizos, que fueron arrastrados por las lluvias, para enriquecer al suelo; pisando alfombrillas de musgo, que recubren con primor a las rocas, y a esas rocas "piedras caballeras" apiladas en las laderas, en equilibrio inestable, que lloran sus aguas cutáneas...

Rocas que aquí tienen millones y millones de años, en su existir, y que incluyen desde los granitos hasta las pizarras y esquistos, pasando por las cuarcitas, que han sufrido los efectos de las presiones tectónicas, y del metasomatismo, y que han recibido, desde lo más profundo, a los fluidos magmáticos portadores de los minerales radiactivos.

Rocas todas ellas que se ven cubiertas por relictos recubrimientos miocénicos, que muchas veces quedan como testigos en zonas elevadas, para recordarnos a aquel lago que inundó a la Depresión del Duero, hasta que las aguas entallaron, con tesón, a rocas bien consolidadas y competentes, allá por Los Arribes, en tierras zamoranas y portuguesas, deseosas de desembocar en el océano Atlántico.

Y, dentro de este contexto litológico, espectacular es el tránsito del río Yeltes por los berrocales graníticos, donde esta roca se ve hoy expuesta en superficie, olvidando que se consolidó a partir de un magma profundo ascendente, en forma de enorme gota invertida, dando lugar a una solidificación muy lenta, y a gran presión, antes de alcanzar la superficie. Allí se fueron desagregando, más o menos, sus tres componentes bien conocidos: cuarzo, feldespato y mica.

Luego, la implacable erosión, lenta pero constante, lo ha hecho aflorar, para regalarnos hoy paisajes y formas tan peculiares, tan características, tan sólidas y consistentes. Se trata de un verdadero laboratorio de geomorfología granítica, desconcertante y sorprendente, donde la imaginación puede volar y volar frente a tantas formas originales e insólitas, esculpidas con arte y maestría, por un agua que no tuvo prisas en su empeño, y que vio pasar impertérrita a decenas y centenas de cambios climáticos, que fueron dando su golpe de gubia y cincel, esculpiendo su impronta escrita en las caprichosas morfologías.

En ese tránsito del río, con tajaduras verticales, con  grandes bolos listos para rodar pendiente abajo, el río ha formado las peculiares "marmitas de gigante", piletas verticales perforadas por el lento pero implacable girar de piedras, movidas por el agua.

Y aquí, también, a la orilla del río, junto a algunos de esos balsones de agua, se extienden playas de fina arena, depositada tras las crecidas.

En pleno enclave granítico (en realidad se trata  de las granodioritas de Bañobárez), a favor de una falla regmagenética profunda, surge un agua termal, a unos 45º C, que ha dado origen al balneario de Retortillo, en un enclave de singular belleza. Son aguas de facies bicarbonatada sódica, con elevado contenido en sílice y en flúor, como es normal en aguas termales.

Los romanos, que en esto de las aguas termales eran más que listos, ya las aprovechaban como termas, tal cual  lo atestigua un ara votiva, dedicada a Aquis Eletesibvs, hallada y conservada en el Balneario de Retortillo, que traducida  dice "Eaco, hijo de Albino, cumplió gustoso el voto de erigir un altar a las aguas del río Yeltes"

Por aquí están abiertas las páginas al mejor recuerdo de los conocimientos de la botánica, al contemplar a los bosques esclerófilos de pastoreo, que albergan a las mejores dehesas, pero también a los de hoja caduca de quercus, en sus diferentes variedades (roburpyreniacafaginearotundifolia), y a esas fresnedas, tan húmedas en este momento, que perderán sus aguas antes de llegar al verano, porque el suelo no es favorable a la presencia de acuíferos que puedan sostener un "caudal de base".

Pero al contemplar, tan en vivo y en directo, el sorprendente orden que existe en la Naturaleza, no puede dejar de llamar la atención el concierto y cadenas de interdependencia, cuyas funciones son imprescindibles para que todo se desarrolle en plena armonía.


Es más, la pervivencia parecería aquí imposible, con suelos tan pobres, desarrollados mayoritariamente sobre pizarras y granitos, sin apenas materia orgánica, condiciones que no favorecen siquiera la existencia de esta rala cobertera herbácea, circunstancia ésta a la que se suma una adusta y huraña climatología, de largos y calurosos veranos, y de fríos y húmedos inviernos.

Así es que la dehesa es casi un milagro de supervivencia, y es fruto de un sabio quehacer humano, aprendido en siglos de existencia, en el que, a partir de un primitivo bosque de encinas, el hombre lo ha ido aclarando, para que dé más y mejores frutos, controlando al mismo tiempo a la cobertera arbustiva, para tratar de estabilizar ese mínimo pastizal que, al recibir más radiación solar y estar menos sujeto a la competencia de los arbustos, permite desarrollar un  pasto que pervive para poder  ser aprovechado por la ganadería.


Este es el quehacer de este recio castellano, sacrificado en su trabajo, que día a día ve fructificar a su tierra, con el sudar de su frente, el laborar de sus manos, el imaginar de su mente,... ¡ojala no se pierda este quehacer! ¡ojala hombres y mujeres hagan con su empeño que pervivan para siempre las dehesas salmantinas! En ellas podemos rendirnos a la evidencia de que ¡Dios existe!


6 comentarios:

  1. Muchas gracias Rafael por la bonita descripción que haces del entorno donde trabajamos. Es muy importante para nosotros valorarlo y cuidarlo. Siempre que venís aprendemos cosas nuevas.
    Gracias de nuevo y mucho ánimo con el blog, a mi, como seguro que a mis compañeros de Berkeley nos encanta.
    Saludos, Jesús

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  2. Gracias, Jesús, por tus comentarios.
    Amar a la Naturaleza es mirar hacia el futuro, enmarcando nuestras actuaciones en el contexto del desarrollo sostenible, que se sustenta en el equilibrio entre los aspectos sociales, económicos y ambientales. Así procuraremos el bienestar de los que hoy viven, sin hipotecar el de los hijos de nuestros hijos.
    ¡Amigos para siempre!

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  3. Excelente narración!!! Donde el arte y la ciencia se vuelven uno :)
    Se puede sentir la pasión en cada palabra!

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  4. Muchas gracias Julio por tu tan grato comentario... que anima a plasmar blanco sobre negro otros relatos, de mis andares por el mundo. Incluso algún día podrían ser de tus queridas tierras venezolanas y, especialmente, de Mérida, de su Universidad de Los Andes, de sus sierras y sus gentes. Allí pasé un mes completo actualizando saberes de hidrogeólogos de una veintena de países, pero también dio para conocer un paisaje maravilloso...
    En Caracas he estado cinco veces, en general en actividades de la Universidad Central, donde mantengo contacto con magníficos amigos. Me duelen los dolores y quebrantos del querido pueblo venezolano...

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  5. Hola buenos días. Me ha emocionado leer su excelente relato tan claro y conciso y ver esas estupendas imágenes; y para guinda del pastel esa pequeña incisión en la Mitología Griega. Emocionante,
    Felicidades.
    Un saludo de una Salmantina orgullosa de su tierra.

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    Respuestas
    1. Gracias "Salmantina orgullosa de su tierra".
      No soy de tan bella tierra, pero me encanta su paisaje, sus silencios, sus aguas, sus arbustos, sus estepas, sus campos, sus pueblos... y, sobre todo, sus mujeres y sus hombres, sus sueños y quehaceres, su amor al terruño, su simbiosis con la naturaleza... ¡Ojala se mantengan así por generaciones y generaciones!!!

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